jueves, 17 de junio de 2010

MARILYN

Era una soleada casa blanca con un espacioso jardín sin perro. El seto de brezo era bajo y solo tuve que dar un disimulado salto y me encontré dentro de la residencia de los Miller.
Ella estaba sentada en un banco abrazada a sus rodillas leyendo ensimismada.
–Hola. –me dijo cuando la interrumpí en su lectura del Ulysses de James Joyce.
–¿Me quieres? –le dije yo nervioso.

miércoles, 9 de junio de 2010

Hay dos cosas que me dan envidia de los perros

Aunque no quiero que me laman, ni que me muerdan, hay dos cosas, entre otras, que me dan envidia de los perros, aunque ellos se mueran antes. Una, que pueden masticar los huesos hasta triturarlos, y otra, que cuando de niño, por la tarde, recién comido, me iba a la escuela, el perro de mi abuela se quedaba tomando el sol en la puerta del estanco. Cuando pasaba por su lado levantaba la cabeza un poco con pesadumbre, me miraba levemente y dejándola caer seguía dormitando. Yo, pesaroso, con verdadera envidia, doblaba la esquina y tomaba la Calle de los Pasos hacia el colegio.